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Josep Salvatella

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Josep Salvatella: “Europa y la necesidad de empezar a dar pasos hacia la soberanía tecnológica”

La digitalización ha invadido nuestras vidas a todos los niveles. No hay rincón, personal o profesional, que no incluya un hecho digital. Ahora bien, la mayoría de las tecnologías que usamos en nuestro día a día provienen de fuera de las fronteras europeas, principalmente de los Estados Unidos, como Google, WhatsApp, Amazon o Microsoft, seguidos de una larga lista de etcéteras. De hecho, tecnológicamente hablando, Europa se ha convertido en una colonia de los Estados Unidos, según aseguró el ex primer ministro italiano, Enrico Letta, en La Vanguardia. Para Letta, el hecho de ser una colonia provoca que “no decidimos nada en muchos temas clave”. Ante esta realidad ya son diversas las agrupaciones y personalidades que han empezado a plantear que, quizás, los europeos tendríamos que buscar y generar alternativas tecnológicas para no depender de terceros y hacer camino con tecnología propia y competente.

Ahora la pregunta es clara: ¿estamos dispuestos a darle la vuelta —como si se tratara de un calcetín— a nuestro ecosistema tecnológico? Esta duda, casi existencial, coge todavía más fuerza con el aumento de las tensiones geopolíticas mundiales, especialmente a raíz de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Sin ir más lejos, las visitas a la página European Alternatives se han multiplicado exponencialmente desde la toma de posesión de Trump en enero de este mismo año. Esto demuestra la inquietud y el inicio de un cambio de paradigma en Europa que la desata, ni que sea un poco, de los EE. UU. Estamos ante el despertar del viejo Occidente que empieza a ver con recelo lo que su mayor socio del último siglo está llevando a cabo. Este tipo de iniciativas europeístas nunca han sido una corriente de pensamiento demasiado extendida —todos sabemos que Europa es un territorio plural y complejo—, pero en los últimos años han cogido bastante envergadura al hacerse cada vez más posible una dependencia tecnológica casi completa de los gigantes estadounidenses y chinos.

Esta voluntad de desatarse de las grandes tecnológicas norteamericanas, además, no es —por nada del mundo— infundada. ¿El motivo? La administración Trump ya ha empezado a desmontar el marco de protección de datos UE-EE. UU. (DPF), aquel mecanismo que promulgó Joe Biden, que constituía la base legal del DPF e imponía salvaguardias que limitaban el acceso de las agencias de inteligencia norteamericanas a los datos europeos. Este agresivo movimiento de Trump hacia Europa deja a las organizaciones europeas que trabajan con proveedores de nube del otro lado del Atlántico en un vacío legal, porque la base fundamental para considerar a los EE. UU. un destino adecuado para datos personales de la UE se ha esfumado y buscar alternativas podría pasar a ser una necesidad. Sobre todo, si las empresas europeas buscan proteger sus datos y evitar que un tercero —Alphabet, Meta o Amazon— las pueda vender o ceder de manera unilateral.

En una época en que crece el discurso del miedo, es bueno recordar que la soberanía va más allá de la capacidad de defensa, y que la tecnología juega y jugará un papel clave en el desarrollo socioeconómico de nuestra sociedad. Continuar vinculados a soluciones tecnológicas foráneas que condicionan dónde está cierta información y cómo se accede a ella provoca que las sociedades del Viejo Continente continúen teniendo una autonomía tecnológica limitada. Además, también se ven condicionadas por la gestión que hacen sus proveedores tecnológicos respecto a los cambios legislativos que puedan ocurrir.

Por otro lado, Europa tiene que centrar sus esfuerzos en construir capas de soberanía tecnológica reales y viables y no conformarse al ser el “guardián regulatorio” del mundo. Todos estos años Europa se ha dedicado al regular y reglamentar aquello que hacían otros, llegando a límites que han cortocircuitado la capacidad de innovación tecnológica propia. Europa no puede solo ser el mercado más regulado del mundo y, en esta línea, destacan el proyecto de chip europeo, así como las diferentes factorías de inteligencia artificial y la industria cuántica que están empezando a despertar en este mismo ecosistema. Sin ir más lejos, el Barcelona Supercomputing Center es un referente mundial y ha sido escogido para acoger una de las siete primeras factorías de IA que se pondrán en marcha en la UE. La Comisión Europea también encargó al BSC liderar el desarrollo científico de los futuros chips europeos, aptos para la computación de altas prestaciones, la inteligencia artificial, la automoción o el Internet de las cosas, entre otras múltiples aplicaciones.

En definitiva, esta carrera trata de ir construyendo ‘stacks’ tecnológicos, motores de computación y factorías de procesamiento plenamente europeos. Y todo esto, ¿con qué propósito? Caminar hacia una soberanía europea diferencial, con soluciones concretas que respondan a las necesidades reales de la economía y la sociedad y que permitan a Europa entrar en la carrera tecnológica del siglo XXI.

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